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viernes, 22 de mayo de 2009

LUCHA REYES TAMBIEN CANTO SONES,GUARACHAS




Fuente: Revista Caretas Oct 2008



Se fue un 31 de octubre, como quien sellaba para siempre el nacimiento de la música criolla con su propia muerte. Era 1973, y con sólo 37 años de edad, 13 de artista y 3 de celebridad había convocado una incontable multitud a su despedida. Según los cronistas de entonces, ella pidió ser velada en el club de El Sentir de los Barrios, en memoria de aquel programa radial homónimo donde debutó musicalmente con el valse “Abandonada”. Toda una declaración de principios.

Antes de aquella presentación sólo había liberado al ave que encerraba su garganta en reuniones amicales y jaranas de callejón. Toda su vida había maleducado su voz pregonando diarios y vendiendo loterías para llevar algo qué comer a su hogar de quince hermanos en la calle Aromito, hoy Jr. Yutay, en el Rímac. Cuando no vendía todo el lote, golpe. Cuando no traía suficiente dinero, palo.

Desde que Lucila Justina Sarcines Reyes de Henry nació el 19 de julio de 1936, la realidad la limitó a usar su voz sólo para gritar o llorar. No exageran quienes recuerdan la dureza de su biografía: huérfana de padre a muy temprana edad, sobrevivió al maltrato de su padrastro y a un incendio en su segundo hogar del Callao.


Fue internada ocho años en el Convento del Buen Retiro junto a las monjas franciscanas, pero nunca dejó el trabajo infantil. Como alguna vez opinó el dramaturgo Eduardo Adrianzén, guionista de la miniserie sobre la diva, Regresa, Lucha Reyes tuvo todos los estigmas: ser mujer, pobre, negra y fea.

Tras esa primera presentación en Radio El Sol, su situación no cambió demasiado. Siguió lavando ropa y maltratando tanto su voz como su cuerpo. El Dr. Eduardo Zuleta Arcila, quien la conoció en el Hospital Nacional Hipólito Unanue en 1959, diagnosticó su problema con certeza en su libro Recuerdos a la Vuelta de un Latido: cuadro de disnea de esfuerzo (sensación de falta de aire), azúcar en la sangre, consumo temprano de insulina, diabetes, un precoz infarto del miocardio, pérdida de sangre por la boca y edema agudo pulmonar.


Sin embargo, cantaba. Y cómo. Aunque en La Peña Ferrando era maltratada y obligada a imitar a Celia Cruz y Celina González, se daba tiempo para hermosear los clásicos del criollismo entre sones, boleros y guaguancós.

El mito de la tuberculosis, según Zuleta, fue azuzado con fines políticos por la dictadura del General Velasco. La enfermedad de la pobreza la hacía un ícono no sólo contra el racismo y la miseria, sino también contra la explotación laboral. Simultáneamente, hay que reconocer que Consuelo de Velasco y su esposo ayudaron a costear el ambicioso tratamiento de la diva.

El sello discográfico FTA (Fabricantes Técnicos Asociados), perteneciente a la norteamericana RCA Víctor, la contrata en 1970. Con ellos graba el LP La Morena de Oro del Perú, donde destacan los valses “Regresa” (Augusto Polo Campos) y “Tu Voz” (Juan Gonzalo Rose). Su segundo LP, Una Carta al Cielo, sale al año siguiente. Ese 1971 estrena su propio programa en Radio Unión: Primicias Criollas. Desde entonces empieza a coleccionar muñecas, de esas que jamás tuvo de niña.

Su tercer LP, Siempre Criolla, sale en 1972. El ritmo de trabajo la desmorona en 1973, cuando Polo Campos le compone “Espera, Corazón”. Por la misma época, Pedro Pacheco le compuso “Mi Última Canción”. Su epílogo cantado forma parte de su cuarto y último LP. El 28 de octubre de ese año, ya en silla de ruedas y con anteojos oscuros, se le vio en un homenaje al Señor de los Milagros.

Como todas las leyendas, se fue rápido. A los 37 años, para ser precisos. Una vida breve, pero un trabajo extenso. Valga la antología de CARETAS en esta edición de aniversario para intentar que su voz persista. El rescate, en este caso, es la ranchera “Hace un año”, a dúo con Pedro Vargas.
Pero RegresaLa mañana de su partida había sido invitada a una misa en la Sociedad Peruana de Actores, a propósito del Día de la Canción Criolla. A tres cuadras de su destino, un leve frase “¡Ay, Dios!” paraliza su corazón para siempre. El carro en el que iba giró con rumbo a la Clínica Internacional, pero fue inútil. A las 9:45 am., aproximadamente, los médicos de turno confirmaron su muerte.

La incontable multitud que la despidió en la Iglesia de San Francisco impidió que fuese trasladada en auto. La carroza fúnebre tuvo que detenerse: sus seguidores quisieron alzarla en hombros, coreando sus canciones y soportando el peso del cajón durante tres horas y seis kilómetros hacia el Cementerio El Ángel. Buena forma de recordar una vida de lucha. (C.C.)

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